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Revista de actualidad política, religiosa, económica, social, cultural, científica y educativa con alcance internacional
ISSN 2618-1916

RUSIA, LA REVOLUCION BOLCHEVIQUE Y EL CRISTIANISMO

LA RUSIA DE PUTIN, LA IGLESIA CRISTIANA ORTODOXA Y LA REVOLUCION BOLCHEVIQUE



Para muchos analistas, el 11S, es decir, el atentado a las Torres Gemelas en New York, significó “el regreso de la religión” al primer plano de las Relaciones Internacionales. Sin embargo, a la derecha del propio pensamiento occidental, Samuel P. Huntington advertía a mediados de los noventa, en plena euforia (ingenua) neoliberal, que los choques en el presente (y futuro) serían intercivilizatorios y como tales, contendrían viejas fracturas religiosas, incluso en el mundo de la cristiandad, tan amplio como el musulmán. A la izquierda del mismo pensamiento, enrolados en una línea postestructuralista, la religión “nunca se había ido”: muy por el contrario, estuvo presente en la Paz de Westfalia, en su orden estatal y moderno posterior, pero representando sólo a los Estados cristianos, invisibilizando a los Estados e imperios contemporáneos, como el chino, el egipcio, el turco-otomano y algunos más, no creyentes en la sangre de Cristo. .
En una línea coherente con la occidentalista, toda vez que hoy mismo, se lo considera un “producto importado” de Occidente –no olvidemos nunca que el tren blindado que llevaba a Lenin, partió, financiado por los alemanes, desde Suiza-, la Revolución Bolchevique, hace 100 años, en la lejana y supuestamente “atrasada” y “bárbara” Rusia, prefirió anular la condición religiosa del pueblo ruso, imponiendo a sangre y fuego, el ateísmo, repitiendo el experimento también infructuoso de la Revolución Francesa, un siglo y algo más antes.
La religión siempre fue enemiga de la modernidad racionalista y aún hoy, mucho más, de la postmodernidad, que ha hegemonizado el discurso y las prácticas sociales europeas desde los años noventa en adelante. Todo ello, excepto en dos países: uno, fuera de Europa, la Estados Unidos de Trump y la otra, dentro de Europa, aunque aún hoy, cueste reconocérsela como tal, la Rusia de Putin. En este artículo, analizaremos su carácter no revolucionario, en tres planos: el discursivo, el histórico y el político.
Si el lector se toma el trabajo de leer el discurso del Presidente ruso (desde 2000), con motivo de un festejo oficial ruso, que coincidió con el día posterior al atentado terrorista de la Rambla de Cataluña, Putin expuso de manera elocuente, a propósito de la inmigración ilegal, la postmodernidad y sus “males” (feminismo radicalizado y culto a la homosexualidad) y el carácter timorato de los liderazgos europeos, una especie de conservadorismo moralista, muy distante de los
estándares a los que hoy nos tiene habituados el discurso “oficial” o “políticamente correcto” de Occidente. En efecto, allí Putin exhibió todo el arsenal de argumentos que parecen copiados de la Iglesia Cristiana Ortodoxa, a través de su principal vocero, el Patriarca Kirill, quien a menudo denuncia, los ataques de Occidente a la diferencia o desigualdad natural de sexos; el avance político de la minoría despótica “gay”, con la imposición de sus políticas sectoriales; el retroceso de la familia tradicional; las consecuencias nefastas de tales acciones públicas, es decir, el aumento de la soledad, el decrecimiento o estancamiento demográfico frente otras civilizaciones; el intento de reemplazo de la religión por otro “placebos” postmodernos, algunos “pacíficos” pero igualmente destructivos en el largo plazo, como el uso indiscriminado de pastillas (psicotrópicos y otros), otros violentos, como el terrorismo de ISIS, etc. Todo esto expone a un hombre y una mujer, con un marcado vacío existencial, que nos conduce lenta pero inexorablemente al fin de la especie humana.
Todo ello explica por qué la Revolución Bolchevique se celebre en su centenario, en todo el mundo, incluso en algunos lugares de Estados Unidos, menos en uno sólo: Rusia, donde se vive un momento histórico absolutamente antirrevolucionario o postrrevolucionario1.
Hay que recordar que Rusia adoptó la cristiandad ortodoxa en el año 988 y, eventualmente se convirtió en el “bastión de la ortodoxia” después de la caída de Constantinopla a manos de los turcos en 1453. Iván III, quien se convirtió en Zar de Moscú en 1462, unificó la mayoría de las comunidades eslavas y su matrimonio con la nieta del último Emperador de Bizancio -la “Segunda Roma”, le dio el derecho a ser el sucesor de los Césares romanos-. Moscú así, se convirtió en la “Tercera Roma”, lo cual es exhibido por los cristianos ortodoxos, como el último resabio de la verdadera civilización cristiana. Iván IV, quien se convirtió en el primer Zar de los Rus en 1547, empezó la expansión imperial rusa hacia el este, logrando que Rusia arribe al Pacífico, en el siglo XVII.
Claramente, la Iglesia Ortodoxa Rusa tiene el monopolio estatal y bastante ayuda oficial, particularmente, en el período Yeltsin, donde sin embargo, a través del Patriarca Alexei II, no cuestionó públicamente al líder ruso, por su acendrado pro-occidentalismo. De todos modos, nunca ni siquiera en esa década del noventa,
Juan Pablo II pudo visitar la Federación Rusa, lo cual revela el poder enorme que tiene aquella Iglesia -aunque no paneslavista-, a la hora de defender las fronteras de la “Tercera Roma”2 3.
De todos modos, tampoco debemos olvidar que algunas de las prácticas más coercitivas de la llamada Revolución Bolchevique, que acabó con el mundo de los Zares, en nombre de la racionalidad y la “guerra al oscurantismo”, lo fueron en contra de la cultura y la religión, rusas.
Por ejemplo, el alfabeto cirílico se simplificó para hacerlo más accesible a las masas e incluso hubo planes para pasar al alfabeto latino. El 18 de enero de 1918, el calendario juliano que usaban los Romanov, se acomodó al europeo. Quienes despertaron al otro día lo hicieron ya siendo 1° de febrero, como lo era en el resto de Europa, fecha que el decreto establecía como punto cero del uso del nuevo calendario. Había razones prácticas (lo habían sugerido desde el Comisariado de Asuntos Externos), pero también simbólicas: exhibir a la Iglesia Ortodoxa, que seguía usando el calendario juliano, como lo más retrasado del mundo (Baña y Stefanoni, 2017).
Una de las primeras medidas que tomaron los bolcheviques fue la de separar a la Iglesia del Estado. En 1924, surgió la Liga de los Militantes sin Dios, fundada por Emelian Iaroslavsky, la cual proclamaba que la religión era nociva para los trabajadores y que la ciencia alcanzaba para explicar al mundo. Iaroslavsky llegó a publicar su propia Biblia, en la que combinaba citas contra la religión de los referentes del marxismo con las de clásicos europeos. Al mismo tiempo, surgieron actos de anticlericalismo popular y ateísmo. Así, se propuso la celebración de la "anti-Navidad" con árboles decorados con estrellas rojas y se realizó un juicio a la Biblia en el que, naturalmente, se la encontró culpable. Por las calles, era común observar frases como "el humo de la fábrica es mejor que el humo del incienso" y no tardaron en aparecer actos de "contra fe" en los que los niños se bautizaban con nombres revolucionarios, tales como Traktorina (por el tractor), Ilina (y otras variantes del patronímico de Lenin) y Melor (por Marx, Engels, Lenin, Octubre,
Revolución), y las parejas se casaban en las "bodas rojas" (Baña y Stefanoni, 2017).
Hasta el día de hoy, en muchos hogares rusos, casi por inercia, no se festeja la Navidad el 25 de diciembre, sino el 6 de enero y la fiesta tradicional por antonomasia, es el 31 de diciembre, el Año Nuevo.
Svetlana Filonova, representante del ex arzobispo Tadeusz Kondrusiewicz, administrador apostólico, aseguraba por ejemplo que, antes de la Revolución Bolchevique, en 1917, había 150 templos católicos tan sólo en la parte europea de Rusia, pero que, en 1939, con Stalin en el poder, fueron aniquilados (López, 1997).
La Rusia postsoviética revirtió dramáticamente este proceso. Boris Yeltsin prácticamente, fue dependiente de los poderes fácticos históricos rusos, como la Iglesia Cristiana Ortodoxa. Una muestra elocuente de ello, fue la firma del entonces Presidente, el 26 de setiembre de 1997, de la controvertida Ley sobre la Libertad de Conciencia y las Asociaciones Religiosas, denunciada por los “lobbies” católicos -el propio Vaticano liderado por el Papa Juan Pablo II y protestantes (el Senado norteamericano)-, quienes consideraban que amenazaba gravemente su libertad de acción en Rusia y colocaba a la Iglesia Ortodoxa en una injusta situación de privilegio. La norma incluía al "cristianismo" -un término premeditadamente global- entre las religiones tradicionales, junto al judaísmo, el Islam y el budismo. El texto reconocía también "el papel especial jugado por la Iglesia Ortodoxa en la historia de Rusia y en la edificación y desarrollo de su espiritualidad y cultura". La ley establecía que los "grupos" religiosos (con fuertes restricciones a su funcionamiento) debían demostrar su existencia legal en Rusia durante al menos 15 años para convertirse en "organizaciones", ya con todos los derechos (López, 1997) (López, 1998).
Evangelistas, bautistas, pentecostales e incluso ortodoxos disidentes, sospechan que la Iglesia Ortodoxa oficial, a la que respaldaban el Kremlin y el Parlamento, está dirigida por ex agentes del KGB que eran funcionales al poder soviético.
Este panorama de cierta dependencia del yeltsinismo respecto a la Iglesia Ortodoxa, le trajo aparejado al ex Presidente ruso, no pocos problemas con la Iglesia Católica, al nivel del Vaticano, los que intentó moderar con su visita a Roma en febrero de 1998, la segunda desde 1991. Tras la invitación que le hizo
Gorbachov en 1990 a Juan Pablo II para que visite Rusia, la misma nunca pudo plasmarse debido a la negativa del Patriarca Alexei II4.
Sin embargo, cabe subrayar que la Iglesia Ortodoxa tampoco es tan homogénea como asoma a primera vista. Ochenta años después, en San Petersburgo, el entierro oficial de los restos de gran parte de la familia imperial Romanov, asesinada en Ekaterimburgo (Sverdlovsk) el 17 de julio de 1918, tras la Revolución Bolchevique el año anterior, generó una fuerte discusión no sólo entre miembros de la antigua monarquía reinante a lo largo de toda la historia de Rusia, sino también en el seno de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El líder de dicha institución religiosa no quiso abrir una nueva disputa con la rama de la Iglesia en el exilio, con la que intentaba reconciliarse, que ya había canonizado a Nicolás II y rechazaba que fueran sus restos, los que se enterraron (López, 1997) (López, 1998).
Resulta realmente paradójico que, quien como Secretario regional del PCUS, ocultando pruebas como un fiel burócrata soviético, decidiese convertir en una especie de mausoleo viviente y popular, el escenario del magnicidio, fue el mismo, que como Presidente de Rusia, resolvió exhumar e identificar los cadáveres imperiales que habían sido rociados con ácido sulfúrico, tras el crimen: Boris Yeltsin. (López, 1997) (López, 1998).
No conforme con esta primacía política doméstica, la Iglesia Ortodoxa Rusa, desempeña adicionalmente, un papel fundamental en el “soft power” ruso de la era putinista. Concretamente, tiene dos prioridades a nivel internacional, preferentemente en Europa: a) la protección de las minorías nacionales rusas en los países postsoviéticos, influyendo sobre el gobierno federal, en aras de utilizar los mecanismos de Derecho Internacional, como acuerdos y tratados internacionales, vía organismos multilaterales europeos, el Consejo Mundial de Iglesias y la Conferencia de Iglesias Europeas, entre otros; b) la agresiva infiltración de confesiones extranjeras como el catolicismo y el protestantismo más algunas sectas, incluyendo totalitarias, las cuales, frecuentemente, realizan prácticas nada éticas, manipulando la doctrina y los símbolos ortodoxos, para engañar a los nuevos creyentes. La Iglesia Ortodoxa pretende que el gobierno
federal persiga y castigue estas acciones a las que juzga como “subversivas” (Sergunin, 2008 :87-88)5.
Putin como Presidente y Medvedev como Primer Ministro, suelen acompañar las ceremonias del Patriarca Kirill, como devotos cristianos ortodoxos, más allá del estado civil divorciado del propio Putin, siempre vinculado a amantes coyunturales, aunque no dudo que esté “casado” con el Estado ruso. También el Patriarca o los curas ortodoxos están presentes, cada vez que hay desfiles militares como el de cada 9 de mayo, recordando el “Día de la Victoria” sobre los nazis, en la Plaza Roja de Moscú o, cada vez es necesaria la bendición a los aviones rusos que parten a Siria o las tropas terrestres para defender el bastión de Crimea, de las garras de Kiev. La Iglesia Cristiana Ortodoxa, una de las instituciones más conservadoras del mundo, está permanentemente presente al lado del Estado ruso, como en los viejos tiempos de los Zares, generando una simbiosis muy difícil de entender según los cánones postmodernos occidentales.
Todo lo expresado, revela que la religión a pesar de tantos embates en su contra, está más presente y viva que nunca en la Rusia contrarrevolucionaria de Putin y éste la defiende y preserva desde el Kremlin, porque esta retroalimentación les conviene a ambos: a la elite política rusa y al patriarcado moscovita. La paradoja es que Putin nació en San Petersburgo, la ciudad más europea y moderna que su admirado Pedro El Grande, había soñado, se erigiese en la contracara cultural y política de Moscú, la ciudad militar y clerical por antonomasia.






Fuentes de consulta:
BAÑA, Martín, STEFANONI, Pablo, Todo lo que necesitás saber de la Revolución Rusa, Paidós, Buenos Aires, 2017.
LOPEZ, Luis Matías, “El presidente ruso firma la polémica ley de religión”, en Diario El País, Madrid, España, sábado 27 de setiembre de 1997.
LOPEZ, Luis Matías, “Boris Yeltsin viaja a Roma con un trasfondo de fricciones entre las Iglesias Católica y Ortodoxa”, en Diario El País, Madrid, España, lunes 9 de febrero de 1998.
SERGUNIN, Alexander, “Russian Foreign Policy Decision Making on Europe”, Palgrave Macmillan, New Y


NOTAS:


  1. A ello puede agregarse una dimensión política. En los últimos 15 años, se han producido varias “revoluciones de colores”, tanto en el mundo postsoviético (la “Naranja” y el “Euromaidán” en Ucrania, otras más en Georgia, Kirguistán, Bielorrusia, etc.) como en musulmán (la “Primavera Arabe”), en todas las cuales, Putin advierte cierta intervención americana, de una u otra forma, por lo que cualquier revolución, sobre todo, si se produjese en la propia Rusia, tendría un componente claramente de intervención norteamericana por lo que, la estabilidad se ha convertido en el valor supremo preferencial del régimen putinista y así también lo revelan, las encuestas: una abrumadora mayoría rusa quiere “orden”.
  2. Fue Yeltsin quien reconoció públicamente los muchos crímenes de la URSS y entre otros, el magnicidio de la familia imperial Romanov, a quienes se dio cristiana sepultura finalmente, luego de un prolongado, engorroso y discutido proceso. También se les procedió a canonizarlos, aunque también ello fue debatido con la Iglesia Ortodoxa, que dudaba de que los cuerpos desenterrados en los bosques de Sverdlovsk, precisamente la ciudad y región donde naciera Yeltsin, fueran lo auténticos, incluso los dos últimos, de los adolescentes Alexei y María, descubiertos tardíamente. 3 Respecto a las otras Iglesias en Rusia, la más activa es la de los tártaros musulmanes, que organizan ocasionalmente el Congreso Mundial Tártaro en la ciudad de Kazan, invitando a los más importantes líderes tártaros del orbe. Respecto a los musulmanes, constituyen el 15 % de la población rusa y el ritmo de construcción de mezquitas en las principales ciudades, es incesante.
    4.Desde el Cisma de 1054, las relaciones entre ambas Iglesias fueron siempre tensas, por razones de política y poder. El Patriarcado de Moscú intenta garantizar la soberanía sobre su territorio tradicional, y considera que la actividad de los católicos es proselitista e incluso violenta, sobre todo en Ucrania. Asimismo, la Iglesia Católica se queja del trato que reciben los católicos, tanto en territorio ruso como ucraniano, aún hoy, como bien lo planteó n lo planteó Monseñor Parolín, el Secretario de Estado del Vaticano, en su última visita a Moscú.
    5.Al respecto, si bien los Presidentes rusos Yeltsin, Medvdev y Putin han visitado en varias ocasiones, el Vaticano en los últimos 25 años, incluso Putin se ha entrevistado con el Papa Francisco en un par de oportunidades, éste último se ha abrazado con el Patriarca Kirill y Monseñor Parolin, el Secretario de Estado de la Santa Sede, ha visitado Moscú recientemente, tras 19 años, además de la exposición de los restos de San Nicolás de Bari en la capital rusa, estos gestos de reencuentro entre las dos Iglesias, no dejan aún de ser sólo eso: símbolos de una cierta fraternidad, pero no más allá. Hay un historia muy larga de distanciamiento muy difícil de remontar y hasta hoy, nunca un Papa pudo pisar Moscú. 
Dr. Marcelo Montes (Profesor universitario, Dr. en Relaciones Internacionales, UNR, miembro del CARI y el IRI-UNLP)


 Dr. en Relaciones Internacionales (UNR), Profesor de Política Internacional (UNVM) y Seminarios sobre Política Exterior de Rusia en grado y postgrado (UCC, UNLP, UNR e ISEN). Miembro del Grupo de Estudios Euroasiáticos del CARI y de la Cátedra Rusia del IRI (UNLP).